
Hola, cariño, buenos días, ¿qué tal sigues? Nosotros, igual que siempre. Ya sabes. La monotonía se va apoderando de nuestras vidas. Como el verano y el calor. Esperamos una ola de altísimas temperaturas. Pero no me quejo, es lo esperable en estas fechas.
Te cuento que hacemos las mismas cosas sencillas habituales, y que continuamos bastante recluidos por pura precaución. Menos mal que ayer mismo le pusieron la primera dosis de vacuna a tu hermano y que ya, por fin, han citado a Papá para la segunda. Calculo que a últimos de mes tendremos todos las pautas completas y podremos hacer una vida más normal.
De momento, seguimos sin viajes de vacaciones y en ese sentido siento que cada año es más absurdo que el anterior.
Te echo en falta, da igual que pasen los años, nos hemos quedado muy solos sin ti, Rodrigo. Me sigue resultando rarísimo que no estés. Y tu ausencia irremediable me enfurece, me pone triste, me hace llorar, me desconcierta… A ratos la sobrellevo con dignidad, a ratos me niego a aceptarla.
Creo que nunca voy a dejar de pensarte, hijo. De llamarte. De añorarte. Tu muerte innecesaria e injusta es una herida para siempre. O una cicatriz, o una lesión interna y escondida, que parece curada pero se reactiva y duele por mil diversas razones, la mayoría sin demasiada explicación racional.
En fin, Rodrigo, ya no te doy más el tostón. Cuídate mucho y espéranos a la vuelta del camino. Ya sabes que vamos a buscarte.