14 de agosto de 2021

El cáctus de la ventana de la cocina ha florecido dos veces este verano. Dos hermosuras de poco más de veinticuatro horas. Belleza efímera. Vida breve que disfrutamos al contemplarlas, que añoramos con nostalgia cuando vemos su levísima consistencia.

Así fuiste tú.

Te cruzaste unos años en nuestro humilde sendero. Creíamos que seguirías caminando cuando tu padre y yo ya no estuviéramos, que serías compañero leal de tu hermano, que veríamos a tus hijos y, con un poco de suerte, a los hijos de tus hijos.

Pero no fue así.

Y desde hace demasiado tiempo buscamos cómo continuar este viaje en que no estás.

Sigo sin saber qué hacemos en este mundo extraño, plagado de asuntos miserables y a la vez belleza y dulzuras extremas.

Después de la fase de buscar desesperadamente y de la de acumular conocimientos varios, por ver si alguna cosa de todo ello nos servía, estamos en la de aceptar que nunca encontraremos la respuesta.

A lo que no renunciamos es a hablarte, a decir tu nombre, a pedirte ayuda, a esperar el reencuentro. No dejes de volar, Rodrigo. Te queremos.

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