
Buenos días, Rodrigo. Hoy tenemos doble cita, por sábado y por once, en este lugarcito virtual en el que te busco, te escribo y nos encontramos.
Poco queda para la Navidad y vuelve a mostrarse tristona y solitaria. Demasiadas sillas vacías, más la tendencia al aislamiento de esta covid19 recalcitrante, hacen muy mala combinación.
La familia se reduce, poco a poco se van contigo, hijo, y aquí ni hay relevo, ni surgen suplentes. Sufro por tu hermano, que no te tiene a ti y se quedará solo cuando su padre y yo no estemos. Pero ya no me corresponde otra cosa que no sea esperar lo mejor, porque el partido se juega en su cancha.
Por supuesto que me encantaría que nuestra diminuta familia aumentase con hijos suyos, pero esa es una decisión personalísima y privada. Mira a ver si tú le echas una mano desde tu mundo, Rodrigo. Si puedes. Si te parece conveniente. Porfa.
Desde este otoño casi acabado, de árboles sin hojas, viento y grisura intento no ponerme triste y te mando millones de cariños. Te quiero. Siempre. Papá también, cada noche me pide que te sueñe y te lo repita. Es que no te olvidamos, Rodrigo, nunca, nunca, nunca. Abrazos de oso.