Calor y once

Hola, hijo, buenos días. Hoy tecleo demasiado temprano, apenas he conseguido dormir cuatro horas. Es que estamos sufriendo una noche tropical y la segunda ola de calor de 2022. Fíjate, dos ya sin haber llegado el verano aún. Se anuncia terrible el de este año, ¿no te parece?

Sigo contando el tiempo en cursos. Tres llevo sin ejercer y siento un cansancio emocional y físico como los de antes, los típicos de finales de junio. No me explico el porqué. Me parece haber pasado épocas peores, no entiendo a cuento de qué ahora esta desazón y esta tristeza. Quizá sean consecuencias retardadas del confinamiento y la pandemia. Tal vez me pasa factura la operación de tu hermano y las preocupaciones soterradas ahora se liberan. O haya componentes desconocidos, químicos, hormonales, algo así, que no entiendo pero están, no se explican pero me afectan.

Desde que te fuiste he aprendido a dejar que todo fluya, a vivir sin miedos preconcebidos, y eso estoy procurando. La pena es que me sale solo a veces. ¿Puedes tú ayudarme en eso? Quisiera no agobiarme con preocupaciones previas e innecesarias, pero así se muestra el estrés postraumático, ya nos conocemos.

Ay, Rodrigo, intento seguir viviendo con sencillez. Solo pretendo quererte, recordarte, y escribirte cada sábado y cada once. Como hoy mismo, que coinciden ambos casos. Por eso, ahora, desde casa, a las 3:56, te envío mil abrazos de oso. Y besos, risas, libros, juegos y canciones. No te olvidamos, cariño. Vuela alto.

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