
Hola, hijo, buenos días. Aún está oscuro, se notan ya las noches más largas, y se agradece la temperatura, que por fin ronda los 20°C. Llevamos ya una semana en tierra, aunque aún nos cercan los recuerdos del mar y de los lugares maravillosos visitados. ¿Cómo estás, cariño?
Papá y yo hemos pasado estos días un resfriado inoportuno y agotador, con febrícula y dolor de garganta, pero ya estamos recuperados. En algún momento nos hemos preguntado si sería Covid-19, aunque creemos que no, porque no perdimos olfato o gusto, ni la congestión bajó a los bronquios.
Ahora estamos bien, juntos los dos, como acostumbramos, pensándote, Rodrigo. Ojalá nos veas, nos oigas, mires estas frases con cariño, cuides de estos pobres padres tuyos.
El tiempo sigue pasando con rapidez, de forma que empieza mi cuarto curso sin clases y el último, más que posiblemente, de Papá antes de jubilarse. Mientras él regresa a su tarea, yo ando a la caza y captura de las actividades de este año escolar, ya te contaré en dónde termino. Y sigo envuelta en las sensaciones de irrealidad de siempre.
Intento establecer rutinas sanas y creativas, regreso a mis labores escribidoras, acompaño a tu hermano, que en dos semanas vuelve a operarse la segunda rodilla. Cuida de nosotros, porfa hijo querido. Porque te queremos y nos sentimos siempre cuatro. Contigo.
Abrazos de oso. Abrazos, abrazos, abrazos…