Ando de aquí para allá, con los exámenes y obligaciones del final de curso de los alumnos del último año, que casi terminan. Me envuelve esa melancolía de adioses y la cercanía de mi cumple, cuando me topo con una foto mil veces vista, de pronto como nueva. Eres un bebé de meses y sonríes a la cámara sentado en mis rodillas. Me emociono.
Parece imposible que una imagen tan conocida para mí, que ha estado desde 1984 en mis estantes, entre libros, que he mirado en tantas ocasiones, tenga este efecto.
Porque te veo en ella, hijo, y siento al niño que perdí. Algo que me pasa también con tu hermano pero compensa el hombre en que se ha vuelto. Sin embargo, contigo no tengo nada. Ni el bebé, ni el niño, ni el adolescente, ni el joven, ni el adulto que empezabas a ser…
Abrazo al chiquitín que recuerdo con nostalgia, al muchacho locuaz y divertido que me contaba tantas cosas y con el que tuve siempre una complicidad especialísima, al joven divertido y amoroso que me acompañaba como un guardaespaldas. Te quiero, Rodrigo.